Dato curioso que convendría vigilar, nuestra percepción de España es mucho peor que la de los extranjeros. El afán autodestructivo barnizado de celos absurdos nos impide ver la cantidad y la calidad de una parte del paisanaje local que pisa fuerte allende fronteras. Profesionales discretos que desarrollan aquí mismo su actividad, desde la discreción, pero que, sin embargo, cosechan reconocimiento y laureles en otras latitudes porque gracias a su talento abren caminos como verdaderos pioneros. El valenciano Arturo Llobell Cortell, odontólogo, es uno de ellos.
Estudió en la universidad pública de Valencia. Es la cuarta generación de odontólogos en su familia. ¿Le encauzaron hacia ese ramo sin remisión? No. Desde luego le amamantaron en ese entorno y desde pequeño ya le gustaba trastear con el instrumental de la clínica, pero no hubo ninguna imposición familiar. «Dedícate a lo quieras, pero hazlo bien», le comentaban en casa desde la sensatez. Y él escogió continuar con la tradición porque así se lo pedía el cuerpo. Antes de terminar la carrera se informó porque deseaba ampliar y profundizar en el campo de la periodoncia y la prótesis fija. Descubrió que el mejor posgrado lo ofrecían en la universidad de Pensilvania, y allá marchó. Dicho así parece muy fácil, pero exigían ciertos requisitos… De hecho sólo contaban con cuatro plazas para más de cien personas que optaban. Y uno de esos puestos de residente fue para Arturo porque su currículum estallaba.
Cuatro largos años se tiró allí empollando, aprendiendo, templando sus manos, afilando sus anhelos y perfilando sus ideas. Fue el número uno de su promoción, por cierto. Sí, el valenciano Arturo fue número uno en EE UU. Observó de cerca el modo de vida americano y sus conclusiones expresan lucidez y demolición: «En Estados Unidos hay mucha competencia. Es una sociedad donde los logros y los objetivos priman por encima de todo. Los resultados obtenidos o te impulsan o te achican. El sistema puede ser bueno porque te exige, pero se me antoja demasiado cruel…» Sus compañeros de Yanquilandia, cuando averiguaban su nacionalidad española (de primeras no es fácil porque es rubio y de ojos azules; vamos, como Alfredo Landa), le comentaban que en nuestro país sí sabemos vivir. «¡Qué envidia ser español!», le espetaban.
Estudió cuatro años en EEUU para acabar siendo el número uno de su promoción
Regresó tras aquella fructífera aventura para incorporarse a la clínica familiar mientras su fama se extendía entre los profesionales y los laboratorios. Arturo Llobell Cortell controlaba, sabía, reparaba, creaba, rompía moldes, investigaba, evolucionaba. ¿Tiene un problema grave? No lo dude, llame a Arturo Llobell. Por eso, otra de sus facetas es la de conferenciante. Pese a su juventud, le pasean por el mundo para que imparta enseñanza y magisterio. Ha llegado a discursear frente a un auditorio de 2.500 profesionales de todo el mundo que deseaban aprender su depurada técnica. Arturo, sí, el valenciano. Y recientemente acudió hasta Suiza (mira, como Anna Gabriel pero sin huir de la ley) para formar parte de un equipo de treinta especialistas que están desarrollando los nuevos modelos de implantes. ¿Y quién portaba la voz cantante? Pues Arturo, nuestro paisano.
Pero tampoco se crean que estamos ante un roedor de laboratorio. Por desgracia, cuando alguien destaca sobremanera en un campo, el personal tiende a sospechar que nos topamos con un rarito insufrible. Arturo, más allá de sus estudios, atesora una juventud a toda velocidad… Comenzó con el tenis, pero detectó que en este disciplina jamás conquistaría grandes metas. Como disfrutaba conduciendo karts decidió seguir al volante y aquello le fue apasionando. Una carrera por aquí, otra por allá, que si quemo rueda, que si trazo una curva, que si el olor a gasolina, que si me dan una beca para proseguir las competiciones y oye, así como quien no quiere, fue campeón de España de Fórmula 3 y campeón de España y Portugal de Fórmula BMW. Y luego pasó a competir sobre el asfalto con tipos desconocidos hoy como Hamilton, Vettel, Petrov o Kobayashi. Y allí en medio, nuestro Arturo. Forjó amistad con Alguersuari. El resto eran adversarios que no favorecían ni francachelas ni camaradería. Pero Arturo se curtió viajando sólo por esos mundos, reuniéndose con patrocinadores cuando gastaba veinte tiernos años… Se espabiló tela marinera y se lo debió de pasar bomba.
Sin embargo, creció y se decantó hacia la clínica familiar porque al final, es inevitable, uno regresa a sus raíces. Por cierto, existe un detalle supremo que revela su carácter. Cuando se larga por ahí reclamado para una conferencia, antes de impartir su doctrina le enchufa a sus compañeros de fatigas un vídeo introductorio protagonizado por nuestra ciudad, por Valencia. De esta manera les dice «yo vengo de ahí, que lo sepas…» Arturo Llobell Cortell, el valenciano que marca estilo en salud dental. Que sí, que es valenciano, que aquí no sólo emerge corrupción de baja estofa, sino profesionales de primera categoría. A ver si se enteran. De todas maneras se le resiste el golf, lo cual me alegra una barbaridad porque le humaniza y porque uno también es un pésimo jugador. Nadie es perfecto.
Publicado en Las Provincias por el periodista Ramón Palomar